“Un consumo sin escrúpulos hace que estemos rodeados de un desvanecimiento que desestabiliza la vida”. Esta frase está contenida en el libro «La desaparición de los rituales» del profesor de filosofía Byung-Chul Han.
Nacido en Corea del Sur (1959) el intelectual analiza por qué la pérdida de la ritualización es fatal en las relaciones humanas. Plantea que la desaparición de los rituales es una patología del presente porque los ritos son acciones simbólicas que unen a los individuos sin necesidad siquiera de mediar palabra: comunidad sin comunicación. Asegura que cumplen una función fundacional y cohesionadora, pues “transmiten y representan los valores y órdenes” que mantienen unida y entrelazada a una sociedad.
Ante la imposibilidad de relacionarse a través del mutuo reconocimiento previo, los seres humanos se han convertido en cosas: un producto más con el que mercadear.
De allí la importancia de cuestionar el consumo como fin último del bienestar. Han analiza cómo hoy no solo consumimos las cosas, sino también las emociones, a través de un narcisismo que amenaza con destruir lo más propio del universo humano: el orden inmaterial, simbólico (ritual) que aporta sentido a nuestra vida singular y a la vida en comunidad.
Respecto al ensimismamiento del individuo moderno dice:
“La depresión no se produce en una sociedad definida por rituales. En ella el alma está totalmente absorta, incluso vaciada, en formas rituales. Los rituales contienen mundo. Generan una fuerte referencia al mundo. La depresión, por el contrario, se basa en una referencia hiperbólica a sí mismo. Al verse totalmente incapaz de salir de sí mismo y pasarse al mundo, uno se encapsula en sí mismo. El mundo desaparece (…) Los rituales, por el contrario, exoneran al yo de la carga de sí mismo”.
Así como las cosas son polos estáticos que estabilizan la vida también los rituales la estabilizan gracias a su mismidad, a su repetición. Hacen que la vida sea duradera, en cambio la actual presión para producir priva a las cosas de su durabilidad. Destruye intencionadamente la duración para producir más y para obligar a consumir más.
Demorarse en algo, sin embargo, presupone cosas que duran. No es posible demorarse en algo si nos limitamos a gastar y a consumir las cosas. Y esa misma presión para producir desestabiliza la vida eliminando lo duradero que hay en ella. De este modo destruye la durabilidad de la vida, por mucho que la vida se prolongue.
Agrega que “El capitalismo intensifica el progreso de lo pornográfico en la sociedad, en cuanto lo expone todo como mercancía y lo exhibe. No conoce ningún otro uso de la sexualidad. Profaniza el Eros para convertirlo en porno”. Va más allá y apuntala: “El juego de la seducción, que requiere mucho tiempo, se elimina hoy cada vez más a favor de la satisfacción inmediata del deseo sexual”.
Los valores también sirven hoy como objeto del consumo individual y como mercancías. Frases como “Salvar el mundo bebiendo té” siembran la ilusión de poder cambiar el mundo consumiendo. El neoliberalismo explota la moral de muchas maneras y los valores morales se consumen como signos de distinción. Son apuntados a la cuenta del ego, lo cual hace que aumente la autovaloración. Incrementan la autoestima narcisista. A través de los valores uno no entra en relación con la comunidad, sino que solo se refiere a su propio ego.
Una reseña de este libro está en: https://acqq.short.gy/RTn57R