Por: Naiara Galarraga Gortázar, Carolina Mella y Fernando Molina – El País
La geógrafa Ane Alencar ha empezado a oír las cigarras desde su despacho, en Brasilia. Por fin una buena noticia. Porque su penetrante sonido anticipa la llegada de las lluvias. Y es importante porque solo las lluvias conseguirán apagar los fuegos q ue devoran buena parte de Sudamérica, enfatiza Alencar, directora científica del Instituto de Investigaciones Ambientales de la Amazonia (IPAM). Los incendios están causando enormes estragos en Ecuador, Brasil, Bolivia, Perú, Venezuela y Argentina cuando el hemisferio sur entra en la primavera. Daños terrestres y en la atmósfera. La quema de vegetación ha disparado las emisiones de gases de efecto invernadero, según alertó esta semana el Servicio de Monitoreamiento Atmosférico europeo Copernicus. Sus imágenes de satélite muestran una lengua de gas con forma de ele que ahoga la región. En infinidad de ciudades sudamericanas, basta abrir la ventana. El denso humo impide ver el horizonte.
La situación ambiental es especialmente grave en Bolivia, en la Amazonia brasileña y en otro ecosistema llamado el Pantanal, que están emitiendo a la atmósfera el récord de gases en 20 años. En lo que va de año, Brasil ha soltado más de 180 megatoneladas de dióxido carbono, Bolivia, 30, según Copernicus.
Especialistas y autoridades apuntan a pirómanos, a incendios intencionados, porque a medida que la ola de fuego avanzaba los países han prohibido usarlo para el manejo forestal y agrícola. Por tanto, son obra de agricultores irresponsables e ineptos o de delincuentes que usan el fuego para allanar el camino a la depredación de la selva. A la impunidad de siempre esta temporada se les ha unido, como aliada, la peor sequía en décadas. La vegetación, sequísima, es ahora mismo una especie de barril de pólvora, al mínimo chispazo todo prende con violencia. Sudamérica acumula 400.000 focos en lo que va de año, casi el doble que el mismo periodo de 2023, según el Instituto Brasileño de Investigaciones Espaciales (INPE).
Advierte Alencar, que también es la directora de Mapbiomas fuego, otra organización, de un problema añadido. Además de las emisiones que generan ahora mismo los incendios, están las futuras, las que persistirán una vez extinguidas las llamas. Explica que, cuando la selva nativa se quema, cuando las llamas afectan a árboles en pie cuyo tronco no tiene una corteza gruesa, durante los 10 años siguientes emite más dióxido de carbono del que atrapa y almacena. El fuego degrada la vegetación, el dosel se debilita, recibe más radiaciones y eso aumenta el riesgo de que sufra incendios recurrentes. Todo ello merma su capacidad de mitigar el cambio climático, que azota en todo el planeta con eventos extremos cada vez más frecuentes, violentos y devastadores.
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